El 17 de Agosto de 2014 nos levantamos temprano con la intención de subir al Puy de Sancy, del que nos separaba una hora en coche más o menos.
Con 1885m de altura, el Puy de Sancy es el más alto de los picos de origen volcánico de Francia (a excepción de las islas). Se formó entre 1 y 0,2 millones de años atrás, periodo en el cual tenía una altura de 2500m.
De camino al Puy de Sancy pudimos disfrutar de una formación volcánica peculiar, llamada Les Roches Tuilière et Sanadoire. Se trata de dos chimeneas volcánicas erosionadas y separadas por un valle glaciar.
Otra parada, esta vez no programada, surgió al pasar por el lac de Guéry. Con el buen tiempo que hacía, la vista era preciosa.
Tras haber hecho estas dos paradas, ahora sí nos dirigimos hacia el Puy de Sancy, dispuestos a aparcar gratis evitando los descomunales parkings de pago habilitados para la temporada de ski. Aunque teníamos un mapa con un posible itinerario hicimos como las cabras, seguir al de delante que tenía pinta de saber a dónde iba.
Para nada fue la buena elección y pronto nos daríamos cuenta. Todo el ascenso se hacía siguiendo el camino habilitado para la temporada de ski, es decir, todo estaba lleno de cables y las vistas eran bastante mejorables. La subida era pronunciada en su mayoría, dejándonos solo algunos metros para recobrar el aliento.
Una vez te acercas a la cima, unas escaleras están dispuestas para ayudar al ascenso a ancianos, niños o a gente joven pero a punto de echar el hígado por la boca, nosotros por ejemplo.
Desde arriba, y como me suele ocurrir con tantísimos de los paisajes de este país, alucinaba con las vistas que tenía delante de mí.
Decidimos volver tras hacer las fotos de rigor, debido a una pregunta que Castor me formuló y que suele formularse a ella misma nada más acabar de comer: ¿Qué vamos a cenar?.
Esta vez fuimos por el otro lado del Puy de Sancy, mucho más vistoso y espectacular que el lado por donde ascendimos.
Descendiendo por el valle, pude disfrutar de unos de los paisajes más bonitos que he visto. Pero todo no iba a ser tan bonito. Si en el Grand Colombier nos atacó una bestia despiadada (ya veréis en otro post), hoy no iba a ser menos peligroso.
Justo en la depresión del valle nos encontramos con unas preciosas y graciosas vacas Salers, (cuya leche se utiliza para fabricar el queso de mismo nombre), las cuales pastaban tranquilamente invadiendo el sendero por el cual había que pasar.
En principio no había ningún tipo de peligro, la joven vaca a la que Castor acariciaba gozaba de esas caricias y el gustito que da que te rasquen la cabeza.
Pero a su mamá no le hizo tanta gracia. Yo no lo vi porque me había avanzado un poco, pero según el testimonio de Castor, logró salvar la vida de milagro ya que mamá vaca le plantó un ataque despiadado.
Tras haber sobrevivido a ese suceso con la vaca, una buena manera de acabar el día era ir a un buen restaurante donde nos sirvieran comida casera y típica de la región. Gracias a tripadvisor encontramos un restaurante en un pueblo llamado Orcival, el cual nos presentó un buen plato con carnaza y una auténtica truffade, compuesta principalmente, como muchísimos platos franceses, por patatas y queso. En este caso el queso es el Cantal.
Aunque nos encantó el sitio y la cena, sucedió algo que dejó a Castor estupefacta. Tras habernos casi servido ambos platos (estaba apoyándolos en la mesa), la camarera los revisó rápidamente e hizo algo que podría haber lamentado el resto de su vida. A la vez que soltaba una risa maléfica, retiró el plato de Castor y lo intercambió por el mío, debido a que el trozo de carne de ella era más grande que el mío. La cara de Castor era un poema, arrebatada de ese cacho de carnaza debido a la posesión de ovarios. Entre esto y lo de la vaca le dieron el día...
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